¡Hola chicos! Hoy os dejamos la noticia publicada en El Diario Vasco sobre Gielmar. Queremos aprovechar estas líneas para dar las gracias a Nerea. Por cierto, hoy jueves, a las 12.30 horas nos entrevistan en Onda Cero y el viernes, a las 13 horas en Cadena Ser. Ah! Y recordad que hoy jueves es la presentación de Gielmar. Gracias por vuestra asistencia
Discapacitados muy capaces
«Estamos muy lejos de la
integración real y efectiva», afirman los miembros de GIELMAR. La nueva asociación, abierta también a personas sin discapacidad, se
presenta mañana en San Sebastián
NEREA AZURMENDI
SAN SEBASTIÁN. Aitor Fernandez es ingeniero
informático, «con la carrera terminada, que mis buenos ocho añitos me costó».
Maier King y Raúl Oteiza son diseñadores gráficos. Malen Fernández de Larrinoa se ha formado en quiromasaje y drenaje linfático. A Andrés Francia los
estudios nunca le motivaron demasiado, pero podría hacer muchas cosas. Tienen
entre 27 y 38 años y por su edad les podría corresponder una tasa de paro de en
tomo al 25%. En su caso, sin embargo, esa tasa llega al 100%. Después de haberse
esforzado lo que no está en los escritos por lograr una capacitación
profesional más que suficiente, ninguno de ellos tiene trabajo.
¿Será puro capricho estadístico,
o será porque Malen es invidente y Maier, Raúl, Aitory Andrés se mueven en
silla de ruedas? Ellos tienen clara la respuesta: «Si eres discapacitado,
encontrar un trabajo digno es misión imposible». Ésa es justamente una de las
razones -tienen muchas- que llevaron a fundar la asociación Gielmar (Gipuzkoako
el- barriak martxan/Discapacitadosde Gipuzkoa en marcha). Los cinco integran
la junta directiva de la asociación junto con Claudia Vallejo, que
según los cánones establecidos no tiene ninguna discapacidad. La presencia de
Claudia en la junta tampoco es una decisión caprichosa; es el uno de los
rasgos distintivos de una asociación abierta a todos, independientemente de
lo rápido que corran y lo lejos que salten. lo bien que vean, lo fino que
tengan el oído o lo rápidos que sean haciendo cálculos matemáticos.
Contra los guetos
Si utilizaran la jerga de moda,
dirían que Gielmar es una asociación transversal, pero como otra de sus características
es hablar claro dicen que, despues de dos años dándole vueltas a la idea,
decidieron crear Gielmar «porque no queremos guetos». Y, convencidos de que la
integración bien entendida empieza por uno mismo, consideraron necesaria una
asociación que aunara a «discapacitados físicos de todo tipo, sensoriales.
algunos psíquicos y también a personas sin discapacidad. Partimos de una base
muy sencilla: los discapacitados no tenemos por qué estar separados del mundo,
porque todos somos iguales y, dentro de nuestras limitaciones, todos tenemos
las mismas capacidades»
.
Impulsar Gielmar no significa que renuncien a
seguir vinculados a las asociaciones a las que pertenecen. Hay prácticamente
una por cada colectivo, y reconocen la labor que rea- lizan, pero tienen claro
que «trabajar mejorar la calidad de vida de los discapacitados no es lo mismo
que hacerlo por la integración real y efectiva en una sociedad normalizada. En
ese y en otros sentidos, es mucho más lo que nos une que lo que nos separa».
«Nos une la lucha -afirma Aitor
Fernández-, la lucha por una integración de la que estamos todavía muy lejos.
Todos hemos tenido que luchar contra nuestras propias dificultades, cada uno
contra las suyas, pero contra la discriminación social hemos tenido que luchar
todos».
Escuchando el relato de sus experiencias,
es evidente que están hechos -se han hecho a sí mismos- a prueba de bombas. Y
desde muy pequeños, porque sus recuerdos de la escuela -todos aseguran haber experimentado
la discriminación de una manera y otra- son reveladores de esa lucha
permanente. En tiempos de Raúl, el mayor de todos, de la integración de los
discapacitados en la escuela común apenas se empezaba a hablar. Él, en silla
de ruedas a causa de la espina bífida, iba a Aspace. «Con 16 años sabíamos
leer, escribir, sumar, restar y poco más, y unos pocos conseguimos ir a una escuela
‘normal* (traza unas comillas en el aire). Nunca se me olvidará el primer
examen que hice: era de Sociales y saqué un 9»
.
Raúl tenia 17 años y tuvo que esforzarse
mucho para demostrar que no mover las piernas no le impedía mover las
neuronas. La primera batalla de Aitor Fernández, que básicamente libró su
madre al grito de «mi chaval es capaz de ir a un colegio normal», fue
conseguir que le admitieran el algún centro. La silla de ruedas pesaba más que
los tests que demostraban que su coeficiente intelectual era irreprochable.
Finalmente, «en enero del año que
cumplía seis años» un centro público le tuvo que hacer un hueco prácticamente
por imperativo legal, y vivió una de las muchas situaciones surrealistas a las
que se ha visto confrontado: «En el aula yo era el único que sabía leer. ¿Y qué
pasó? Que la profesora dejó aparcado al chaval de la silla de ruedas para ayudar
a los demás, no vaya a ser que pareciera que el discapacitado iba por delante.
Yo no he sacado un solo suspenso, ni tan siquiera un sufi, en toda la primaria
y la secundaria. No quena darle a nadie ninguna excusa para que pudiera decir
que el de la silla de ruedas retrasaba a los demás. Siempre tienes que
demostrar que vales más que el capacitado».
No se arrepienten del esfuerzo
realizado, a pesar de que por lo menos a efectos laborales no les ha servido
de mucho, pero reconocen que, como dice Malen, «tener que hacerlo todo a
fuerza, a fuerza, es agotador».
«Eso no es
integración»
Malen, que no olvida que no pudo
ir al viaje de estudios porque el centro en el que estudiaba le exigía que
pagara de su bolsillo tanto su viaje como el del acompañante que necesitaba,
tiene una visión muy clara y sugerente de cómo debe ser la integración: «De la
misma manera que bañarse no es mojarse los pies, integración no es meter a un
discapacitado en un aula y ponerle unas horas un profesor de apoyo».
La verdadera integración, creen,
va mucho más allá, y no solo apela a las instituciones, sino al conjunto de los
ciudadanos, empezando por asuntos que pueden parecen poco relevantes. «Por
ejemplo -dice Malen-, en San Sebastian los semáforos ya no pitan porque a la
gente le molestaban y, como consecuencia de las protestas, quitaron los pitos.
A los ciegos nos han dado un mando
que en la mitad de los semáforos no ftmciona. Eso no es integración, eso es
apartar al discapacitado y dar prioridad a los demás». Las barreras
arquitectónicas están en su lista de objetivos contra los que luchar.
Porque, al final, son los
pequeños detalles los que ponen en cuestión las grandes declaraciones, las grandes
campañas y los discursos politicamente correctos. «Yo me parto de la risa
cuando veo algunas campañas. Si hubiera integración laboral e integración
social no habríamos visto la necesidad de crear esta asociación», afirma
Aitor, que reconoce que «hay más integración que hace 60 años, cuando al
discapacitado lo escondían en la cuadra, pero todavía hay mucho por hacer.
Estamos muy lejos del objetivo, y muy lejos de lo que se vende como la conseguido.
¿Qué diferencia hay entre aquellas cuadras y los guetos para discapacitados de
ahora?».
El aspecto social de la
integración reviste especial importancia para los integrantes de Gielmar.
Aunque inicialmente pensaron crear una asociación de jóvenes, las
limitaciones que conllevaba esa opción les hicieron abrir la asociación a
personas de todas las edades, pero la mayoría son jóvenes y les gusta
divertirse. «Queremos conseguir que se formen cuadrillas, ampliar nuestros
grupos de amigos», apunta Maier, que además de diseñadora gráfica es, según sus
compañeros, una «excelente pianista». De hecho, «el buen rollo que tenemos,
lo bien que nos lo pasamos» está resultando un reclamo importante a la hora de
sumar efectivos a una asociación que se presentará en sociedad mañana en San
Sebastián.