jueves, 31 de enero de 2013

ENTREVISTA EN EL DIARIO VASCO


¡Hola chicos! Hoy os dejamos la noticia publicada en El Diario Vasco sobre Gielmar. Queremos aprovechar estas líneas para dar las gracias a Nerea. Por cierto, hoy jueves, a las 12.30 horas nos entrevistan en Onda Cero y el viernes, a las 13 horas en Cadena Ser. Ah! Y recordad que hoy jueves es la presentación de Gielmar. Gracias por vuestra asistencia


Discapacitados muy capaces
«Estamos muy lejos de la integración real y efectiva», afirman los miembros de GIELMARLa nueva asociación, abierta también a personas sin discapacidad, se presenta mañana en San Sebastián






NEREA AZURMENDI



SAN SEBASTIÁN. Aitor Fernan­dez es ingeniero informático, «con la carrera terminada, que mis bue­nos ocho añitos me costó». Maier King y Raúl Oteiza son diseñadores gráficos. Malen Fernández de Larrinoa se ha formado en quiromasaje y drenaje linfático. A Andrés Fran­cia los estudios nunca le motivaron demasiado, pero podría hacer mu­chas cosas. Tienen entre 27 y 38 años y por su edad les podría correspon­der una tasa de paro de en tomo al 25%. En su caso, sin embargo, esa tasa llega al 100%. Después de ha­berse esforzado lo que no está en los escritos por lograr una capacitación profesional más que suficiente, nin­guno de ellos tiene trabajo.

¿Será puro capricho estadístico, o será porque Malen es invidente y Maier, Raúl, Aitory Andrés se mue­ven en silla de ruedas? Ellos tienen clara la respuesta: «Si eres discapa­citado, encontrar un trabajo digno es misión imposible». Ésa es justa­mente una de las razones -tienen muchas- que llevaron a fundar la asociación Gielmar (Gipuzkoako el- barriak martxan/Discapacitadosde Gipuzkoa en marcha). Los cinco in­tegran la junta directiva de la aso­ciación junto con Claudia Vallejo, que según los cánones establecidos no tiene ninguna discapacidad. La presencia de Claudia en la junta tampoco es una decisión capricho­sa; es el uno de los rasgos distinti­vos de una asociación abierta a to­dos, independientemente de lo rá­pido que corran y lo lejos que sal­ten. lo bien que vean, lo fino que tengan el oído o lo rápidos que sean haciendo cálculos matemáticos.

Contra los guetos


Si utilizaran la jerga de moda, dirían que Gielmar es una asociación trans­versal, pero como otra de sus carac­terísticas es hablar claro dicen que, despues de dos años dándole vuel­tas a la idea, decidieron crear Giel­mar «porque no queremos guetos». Y, convencidos de que la integración bien entendida empieza por uno mismo, consideraron necesaria una asociación que aunara a «discapaci­tados físicos de todo tipo, sensoria­les. algunos psíquicos y también a personas sin discapacidad. Partimos de una base muy sencilla: los disca­pacitados no tenemos por qué estar separados del mundo, porque todos somos iguales y, dentro de nuestras limitaciones, todos tenemos las mis­mas capacidades»
.
 Impulsar Gielmar no significa que renuncien a seguir vinculados a las asociaciones a las que pertenecen. Hay prácticamente una por cada co­lectivo, y reconocen la labor que rea- lizan, pero tienen claro que «tra­bajar mejorar la calidad de vida de los discapacitados no es lo mismo que hacerlo por la integración real y efectiva en una sociedad norma­lizada. En ese y en otros sentidos, es mucho más lo que nos une que lo que nos separa».
«Nos une la lucha -afirma Aitor Fernández-, la lucha por una inte­gración de la que estamos todavía muy lejos. Todos hemos tenido que luchar contra nuestras propias difi­cultades, cada uno contra las suyas, pero contra la discriminación social hemos tenido que luchar todos».

Escuchando el relato de sus ex­periencias, es evidente que están hechos -se han hecho a sí mismos- a prueba de bombas. Y desde muy pequeños, porque sus recuerdos de la escuela -todos aseguran haber ex­perimentado la discriminación de una manera y otra- son reveladores de esa lucha permanente. En tiem­pos de Raúl, el mayor de todos, de la integración de los discapacitados en la escuela común apenas se em­pezaba a hablar. Él, en silla de rue­das a causa de la espina bífida, iba a Aspace. «Con 16 años sabíamos leer, escribir, sumar, restar y poco más, y unos pocos conseguimos ir a una es­cuela ‘normal* (traza unas comillas en el aire). Nunca se me olvidará el primer examen que hice: era de Sociales y saqué un 9»
.
Raúl tenia 17 años y tuvo que es­forzarse mucho para demostrar que no mover las piernas no le impe­día mover las neuronas. La primera batalla de Aitor Fernández, que bá­sicamente libró su madre al grito de «mi chaval es capaz de ir a un cole­gio normal», fue conseguir que le admitieran el algún centro. La silla de ruedas pesaba más que los tests que demostraban que su coeficien­te intelectual era irreprochable.

Finalmente, «en enero del año que cumplía seis años» un centro público le tuvo que hacer un hueco prácticamente por imperativo legal, y vivió una de las muchas situacio­nes surrealistas a las que se ha visto confrontado: «En el aula yo era el único que sabía leer. ¿Y qué pasó? Que la profesora dejó aparcado al chaval de la silla de ruedas para ayu­dar a los demás, no vaya a ser que pareciera que el discapacitado iba por delante. Yo no he sacado un solo suspenso, ni tan siquiera un sufi, en toda la primaria y la secundaria. No quena darle a nadie ninguna excu­sa para que pudiera decir que el de la silla de ruedas retrasaba a los de­más. Siempre tienes que demostrar que vales más que el capacitado».

No se arrepienten del esfuerzo rea­lizado, a pesar de que por lo menos a efectos laborales no les ha servido de mucho, pero reconocen que, como dice Malen, «tener que hacer­lo todo a fuerza, a fuerza, es agota­dor».

«Eso no es integración»

Malen, que no olvida que no pudo ir al viaje de estudios porque el cen­tro en el que estudiaba le exigía que pagara de su bolsillo tanto su viaje como el del acompañante que ne­cesitaba, tiene una visión muy cla­ra y sugerente de cómo debe ser la integración: «De la misma manera que bañarse no es mojarse los pies, integración no es meter a un disca­pacitado en un aula y ponerle unas horas un profesor de apoyo».

La verdadera integración, creen, va mucho más allá, y no solo apela a las instituciones, sino al conjunto de los ciudadanos, empezando por asuntos que pueden parecen poco relevantes. «Por ejemplo -dice Ma­len-, en San Sebastian los semáfo­ros ya no pitan porque a la gente le molestaban y, como consecuencia de las protestas, quitaron los pitos.
A los ciegos nos han dado un man­do que en la mitad de los semáforos no ftmciona. Eso no es integración, eso es apartar al discapacitado y dar prioridad a los demás». Las barreras arquitectónicas están en su lista de objetivos contra los que luchar.

Porque, al final, son los pequeños detalles los que ponen en cuestión las grandes declaraciones, las gran­des campañas y los discursos politi­camente correctos. «Yo me parto de la risa cuando veo algunas campa­ñas. Si hubiera integración laboral e integración social no habríamos visto la necesidad de crear esta aso­ciación», afirma Aitor, que recono­ce que «hay más integración que hace 60 años, cuando al discapaci­tado lo escondían en la cuadra, pero todavía hay mucho por hacer. Esta­mos muy lejos del objetivo, y muy lejos de lo que se vende como la con­seguido. ¿Qué diferencia hay entre aquellas cuadras y los guetos para discapacitados de ahora?».

El aspecto social de la integración reviste especial importancia para los integrantes de Gielmar. Aunque ini­cialmente pensaron crear una aso­ciación de jóvenes, las limitaciones que conllevaba esa opción les hicie­ron abrir la asociación a personas de todas las edades, pero la mayoría son jóvenes y les gusta divertirse. «Que­remos conseguir que se formen cua­drillas, ampliar nuestros grupos de amigos», apunta Maier, que además de diseñadora gráfica es, según sus compañeros, una «excelente pianis­ta». De hecho, «el buen rollo que te­nemos, lo bien que nos lo pasamos» está resultando un reclamo impor­tante a la hora de sumar efectivos a una asociación que se presentará en sociedad mañana en San Sebastián.

         La presencia de asociados ‘no dis­capacitados' es, en primer lugar, una cuestión de principios, inherente a la filosofía de una asociación que no teme a las verdades incómodas y quiere romper la relación entre dis­capacidad y discriminación. Pero también tiene una dimensión prác­tica que Claudia conoce bien: «Yo me he sumado a Gielmar porque co­nocemos a Aitor desde hace más de diez años y hemos hecho cantidad de cosas juntos, desde ir al monte hasta bailar en la discoteca. Es, an­tes que nada, un amigo». Un amigo en silla de ruedas, nada más.

No hay comentarios:

Publicar un comentario